Y si lo pierdo, ¿qué hago?: ¿de dónde vienen los apegos que nos impiden ser felices?
Los apegos son como grilletes invisibles que nos atan a patrones de conducta que, a menudo, llegamos a normalizar en nuestras relaciones. Por ello, es importante identificarlos para romper estas cadenas y construir vínculos saludables, no solo en la pareja, sino también con la familia e incluso con los amigos.
En entrevista para Salud180, conversamos con Erika Pavón, especialista en Psicoterapia Gestalt, conferencista y autora del libro ¿Y si lo pierdo, qué hago?, quien nos explicó la importancia de reconocer el tipo de apego que desarrollamos, su origen y cómo trabajarlo para tener relaciones más sanas.
¿Qué son los apegos y de dónde vienen?
Los apegos son vínculos emocionales intensos que desarrollamos a lo largo de nuestra vida y que, aunque son naturales, pueden volverse problemáticos cuando se convierten en dependencias. De acuerdo con la autora Erika Pavón, no solo se manifiestan en relaciones de pareja, sino también con familiares, amigos e incluso con los objetos.
El origen de los apegos se remonta a la infancia. Desde nuestros primeros días, establecemos un lazo con nuestros padres, quienes nos brindan seguridad y apoyo. La interacción que tenemos marcará la manera en que aprendemos a relacionarnos o confiar en los demás.
El problema es que si nuestras necesidades afectivas no se satisfacen durante la infancia, es más probable que desarrollemos tipos de apego inseguros que afectan cómo percibimos y manejamos las relaciones en la etapa adulta. ¡Así como lo lees!
Por ello, es importante trabajar en identificar y entender nuestro tipo de apego para transformar estos patrones y evitar relaciones basadas en el miedo o la necesidad. La autora señala que, a través de la autoconciencia y el trabajo emocional, podemos cambiar nuestro tipo de apego para querer desde la libertad y no desde la dependencia.
¿Cuáles son los tipos de apego más comunes?
De acuerdo con la autora de ¿Y si lo pierdo, qué hago?, aunque nuestra historia no es definitoria, sí tiene un peso importante en la forma en que nos relacionamos con los demás. Sin embargo, todos tenemos la oportunidad de transformarnos en la persona que anhelamos en el fondo de nuestro ser.
Erika Pavón nos explicó que los siguientes tipos de apego son los más comunes y cómo influyen en nuestra vida adulta:
Apego seguro: este tipo se desarrolla cuando el niño crece en un entorno de confianza y afecto. Los cuidadores responden de manera consistente y empática, lo que genera seguridad emocional. En la adultez, quienes tienen apego seguro, se sienten cómodos con la intimidad y no temen estar solos. Son personas que logran equilibrar la independencia con la cercanía emocional en sus relaciones.
Apego ansioso: surge cuando las respuestas emocionales de los cuidadores son inconsistentes o impredecibles. El niño aprende a temer el abandono y busca constantemente validación y afecto. En la adultez, esto se traduce en personas que suelen sentirse inseguras, temen el rechazo y tendencia a ser dependientes emocionalmente. Necesitan confirmación constante de su valor en la relación.
Apego evitativo: se genera en ambientes donde las necesidades emocionales del niño fueron ignoradas o minimizadas. Al no recibir el apoyo esperado, aprenderán a reprimir sus emociones ya no depender de otros. En la adultez, son personas que valoran la independencia por encima de la intimidad, evitan mostrar vulnerabilidad y prefieren distanciarse cuando sienten que alguien se acerca demasiado.
Apego desorganizado: se desarrolla en situaciones de abuso o traumas durante la infancia. Los cuidadores son fuente de miedo e incertidumbre, lo que crea una confusión emocional en el niño. En la adultez, estas personas pueden tener comportamientos contradictorios: buscan la cercanía, pero al mismo tiempo la rechazan. Suelen luchar con patrones autodestructivos y dificultades para establecer relaciones estables.
Entender estos tipos de apego, según Pavón, será de gran ayuda para trabajarlos a través de la terapia y la autoexploración, con el objetivo de modificar estos patrones y construir una forma de relacionarnos más saludable.
¿Cómo dejar ir los apegos para avanzar?
Erika Pavón sugiere que para dejar ir los apegos y avanzar, primero es esencial reconocer que no se trata de desprenderse de las personas o experiencias, sino de transformar la relación que tenemos con ellas. Dejar ir un apego implica liberar el miedo a la pérdida y soltar la necesidad de control, que muchas veces nos impulsa a aferrarnos.
El siguiente paso, según Pavón, es fortalecer la conexión con uno mismo. Al enfocarnos en desarrollar nuestra autoestima y en satisfacer nuestras propias necesidades emocionales, dejamos de buscar esa validación en los demás. Por ello, debemos aprender a disfrutar de la soledad y del propio espacio, entendiendo que el bienestar no depende de factores externos.
Mediante la práctica de técnicas como la meditación, la terapia o incluso actividades creativas, podemos redirigir nuestra energía hacia el crecimiento personal y, poco a poco, sentirnos más libres para soltar aquello que ya no nos beneficia.